lunes, 11 de marzo de 2013

Principios del Reino de Dios (El Sembrador)


Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga.
(Mateo 13:3-9)


El Señor Jesús, en su paso por esta tierra como Hijo del Hombre, título que usó sobre si mismo para revelar su calidad completamente humana, entregó claves sobre El Reino de los Cielos.

En el evangelio según Mateo, en el capítulo 13, a través de parábolas, el Señor nos entrega tres principios fundamentales del Reino. Los cuales comenzaremos a vislumbrar y aprender con esta parábola del Sembrador.

Dentro de una congregación vemos distintos niveles de madurez o "perfección" como le llama la Divina Palabra de Dios. Pero el llamado del Padre es a ser perfectos: "Pero tú debes ser perfecto (teleiós), así como tu Padre en el cielo es perfecto." (Mat 5:48) 

Primero vamos a decir lo que no es la perfección. La perfección no es ser sin pecado, aunque dejar de pecar es consecuencia de alcanzarla. Más bien la palabra "teleiós" significa completar algo, llegar a la meta. Tiene relación con la palabra "tetelestai" que fué la que exclamó el Señor en la cruz al expirar, traducido por la versión de Casiodoro de Reina como "consumado es". La exclamación del Señor dice relación con que ya la obra de Dios está completa, proveyendo Él todo lo necesario para que seamos "perfectos y cabales" como lo dice Santiago capítulo 1 versículo 4, hablando de la paciencia (gr. juponomé)  para soportar la prueba (que también podría traducirse como perseverancia o constancia), palabra que significa literalmente, estar debajo, como quién soporta el peso de algo que le aplasta. La misma palabra se usa para decir que Cristo sufrió la la cruz en Hebreos 12:2. Por lo tanto la perfección o madurez es un camino a través del cuál asimos lo que Dios ya proveyó para nosotros en la cruz, Jesús, el hombre Dios crucificado y resurrecto es suficiente, "estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará (epiteleó) hasta el día de Jesucristo" (Flp 1:6)

Esto refleja que la madurez o perfección es un proceso a través del cuál, los miembros del cuerpo de Cristo van formando la figura de Jesucristo dentro de cada uno, el cuál es uno de los objetivos primarios de Dios con la Iglesia, como lo dice Romanos: "Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos." (Rom 8:28-29). Por consiguiente el "aceptar" a Cristo como Salvador, es sólo el principio del camino hacia la madurez, por lo tanto, es por demás ingenuo pretender que alguien que recién conoce al Señor pueda mostrar frutos casi inmediatamente, todo lo contrario, es deber de la iglesia guiar y enseñar ("haced discípulos ) a las nuevas almas, mediante la Palabra de Dios, para que lleguen a dar fruto "Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra."  (2Ti 3:16-17)

Precisamente éste principio del Reino está reflejado en la parábola del sembrador, muestra los estados en que las personas que están dentro de la Iglesia han o no alcanzado la madurez o perfección, haciendo evidente que no todos están a un mismo nivel y que, al contrario de lo que pasa en el mundo, la antigüedad no significa, por fuerza, crecimiento (parábola de los obreros de la viña en Mateo cap. 20). Estos tipos de corazones, asimilados a terrenos, son etapas de nuestra vida que muestran el proceso mientras llevamos a cabo el llamado de nuestro Señor Jesucristo a fructificar. Uno de los principios del Reino de los Cielos es que "todo buen árbol da buenos frutos" y así "cada árbol se conoce por su fruto". 

Ciertamente hay muchos motivos y muchos estados en que las personas llegan y permanecen en la iglesia: pena, dolor, traumas, pero la mayoría de las veces, en su corazón no han creído aún en el Nombre de Jesús como Aquél que recibió en sí mismo el castigo de un Dios Justo por pago de nuestros pecados, no sólo la vergonzosa y dolorosa muerte de cruz (Filipenses 2:5-8), sino la desesperación y agonía que le producía el que su Padre volviera el rostro para no verle mientras cargaba con nuestros pecados, perdiendo así, por primera vez en la eternidad, la comunión de la cuál habían gozado desde "antes de la fundación del mundo". Estos corazones maltratados, dolidos, "endurecidos", son la clase de terreno donde la semilla cae, pero no germina. Esto no quiere decir que los hijos de Dios con cierta madurez no pasen por períodos de aflicción, todo lo contrario, ya que Dios a todo el que toma por hijo perfecciona, pero la manera de enfrentar estos valles en nuestro camino varía. Mientras el corazón no convertido los ve como castigo, centrado en una autocompasión nefasta y egoísta, el corazón maduro los asimila como una oportunidad para que Dios trate con los aspectos de nuestra vida que aún no hemos rendido del todo. Visto esto, nos damos cuenta que la condición del terreno del corazón no depende de los factores externos, sino de cómo nuestro corazón está preparado o abonado para recibir la semilla, que muchas veces no es blanda. La semilla para germinar, debe penetrar en la tierra, profundizar y romper, proceso que a veces es doloroso.

Otra de las diferentes etapas que ocurren, generalmente al principio, es la que en forma errónea, a mi juicio, se le denomina "el primer amor". En esta etapa nos movemos por el entusiasmo que ha producido en nosotros el descubrimiento de las Buenas Nuevas acerca de Jesús y su muerte para hacer expiación por nuestros pecados. Esta conciencia del milagro obrado en aquella cruz, nos hace hacer todo lo que está a nuestro alcance por nuestro Salvador, le hablamos a la gente motivados por el genuino sentimiento de regocijo que ha nacido en nuestros corazones, pero que generalmente es alentado sólo por dicho entusiasmo, el cuál al poco andar se ve disminuido y desalentado por la fría recepción que la gente tiene del evangelio que no parece interesarle a nadie. Además este proceso de enfriamiento se ve ayudado por las burlas de las que generalmente son objetos los recién convertidos, debido a que el testimonio que les acompaña no es duradero y el conocimiento de la Palabra de Dios aún es escaso, como dice la Palabra, el profeta debe hablar de acuerdo a la ley y al testimonio, sino, significa que no les ha amanecido. Es deber de la Iglesia el de formar discípulos  los cuales, a su tiempo podrán ser comisionados, como los enviados por Jesús, a predicar en Jerusalén, Samaria y hasta lo último de la tierra. En esta categoría también entran aquellos que llevan años siendo miembros de una congregación, que se conforman con ir un día a la semana, escuchar alabanzas, cantar, saludar a los hermanos, y que su corazón se alegra durante estos períodos, pero nunca se han preocupado de profundizar la semilla, no han preparado la tierra, removiendo las piedras de la comodidad, la pereza de estudiar la palabra, la falta de oración y en general, el no ofrendar a Dios el tiempo para tener comunión íntima con Él.

Estas condiciones, los de junto al camino y entre piedras, son estados a los que podemos volver, no son cosas que dejamos atrás para siempre y nunca más volvemos a ellas, son como el pecado, si nos descuidamos corremos el riesgo de deslizarnos. Si no limpiamos nuestro corazón de piedras, podemos volvernos terrenos pedregosos, sin profundidad de tierra. Si dejamos que el pecado se vuelva una práctica habitual en nuestra vida, inevitablemente nuestro corazón será endurecido, como dice la carta a los Hebreos: "Por lo tanto, amados hermanos, ¡cuidado! Asegúrense de que ninguno de ustedes tenga un corazón maligno e incrédulo que los aleje del Dios vivo. Adviértanse unos a otros todos los días mientras dure ese «hoy», para que ninguno sea engañado por el pecado y se endurezca contra Dios." (Heb 3:12-13).

El tercer ejemplo de terreno es aquel que es buena tierra, pero que en su interior esconde aún raíces de espinos. Estas raíces son nuestra naturaleza carnal, la cual debemos mantener a raya, continuamente debemos limpiar el terreno de nuestro corazón de raíces venenosas que pueden brotar en cualquier momento y estorbarnos a nosotros o a nuestros hermanos, como lo advierte la carta a los Hebreos: "Cuídense unos a otros, para que ninguno de ustedes deje de recibir la gracia de Dios. Tengan cuidado de que no brote ninguna raíz venenosa de amargura, la cual los trastorne a ustedes y envenene a muchos." (Heb 12:15). Nótese que la Palabra aconseja cuidarnos unos a otros, en este aspecto, nuestro deber es limpiar nuestros "terrenos" mutuamente, cuidándonos los unos a los otros, para recibir la gracia de Dios. Cuando la Iglesia no cumple esta labor de cuidarnos unos a otros, nuestros corazones empiezan a dejar crecer estos espinos que nos terminan dañando no sólo a nosotros, sino a la iglesia completa. El amor de Dios debe fluir por todo el cuerpo de Cristo como la sangre que nutre cada uno de sus órganos, en este sentido debemos preocuparnos que todos reciban ese amor, el cuál es provisto por Dios a través de nosotros para con nuestros hermanos y hermanas. Cuando en nuestro corazón esta la prioridad de lo terrenal, la Palabra de Dios que hemos recibido se hace infructuosa.

Por último esta la tierra buena, la cual es el llamado para cada uno de nosotros, nuestra meta. El cristiano esta llamado a "llevar mucho fruto", si estamos pegados a la vid verdadera, si nuestro corazón esta limpio de espinas, de piedras y ha sido trabajado por el Espíritu de Dios, el cuál ha sacado el "corazón de piedra" y le ha remplazado por un "corazón de carne", blando, fértil, abonado para la semilla de Dios, entonces podremos llevar fruto, al treinta, al sesenta y en lo posible al ciento por uno, para que cuando el Señor venga y pida cuentas de sus siervos nos diga: "Bien, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré".

Sean bendecidos.